El invento invisible que cambió el mundo

Tu celular, tu coche, tu música favorita… todo existe gracias a algo que probablemente nunca has visto: el transistor. Es posible que jamás sostengas uno entre tus dedos, pero cada día interactúas con miles de millones de ellos sin saberlo. Son los diminutos héroes ocultos dentro de casi todos los dispositivos electrónicos modernos, responsables de encender tu mundo digital con solo abrir y cerrar corrientes eléctricas a velocidades asombrosas. En esencia, un transistor es un pequeño interruptor electrónico –piensa en un interruptor de luz en miniatura– que regula el flujo de la electricidad. Aunque humilde en apariencia, este invento minúsculo ha resultado ser la base sobre la que se sostiene la vida moderna.

Breve historia: el nacimiento del transistor

Imaginemos la escena: en diciembre de 1947, en un laboratorio de Bell Labs en Nueva Jersey, tres científicos logran algo que parecía magia. John Bardeen y Walter Brattain, bajo la supervisión de William Shockley, prensan dos delgados alambres de oro contra un cristal de germanio y consiguen amplificar una señal eléctrica. Habían creado el primer transistor de la historia, un artilugio del tamaño de una uña que podía hacer el trabajo de los grandes y calientes tubos de vacío de la época. Hasta entonces, la electrónica dependía de las válvulas termoiónicas (tubos de vacío) –esas ampolletas semejantes a focos– que consumían muchísima energía, se calentaban, eran frágiles y del tamaño de una botella. El transistor vino a ser la alternativa sólida y fría: no necesitaba calentarse, apenas consumía energía y cabía en la palma de la mano.

El primer transistor (1947) era un dispositivo de contacto puntual hecho con germanio y dos puntas de oro. Fue inventado en los Laboratorios Bell por John Bardeen, Walter Brattain y William Shockley. Esta sencilla estructura marcó el inicio de la era de la electrónica de estado sólido.

Este invento nació en un contexto de posguerra donde la comunicación y la computación exigían dispositivos más confiables. Los laboratorios Bell buscaban desesperadamente un “conmutador de estado sólido” para reemplazar los tubos en los sistemas telefónicos. La solución resultó ser este pequeño interruptor semiconductor. Tan importante fue el logro que en 1956 sus inventores recibieron el Premio Nobel de Física por “su investigación en semiconductores y el descubrimiento del efecto transistor”. Sin embargo, en ese momento poca gente fuera del ámbito científico se dio cuenta de lo trascendental que había ocurrido. Había nacido un héroe invisible, listo para cambiar el mundo de manera silenciosa.

La revolución silenciosa: radios, televisores y calculadoras

Regency TR-1

A finales de los años 50, el transistor empezó a colarse en los aparatos cotidianos, revolucionando la electrónica de consumo sin hacer ruido (literal y metafóricamente). En 1954 salió al mercado la primera radio a transistores: la Regency TR-1. Ya no hacía falta esperar a que las válvulas de una radio de mueble entrasen en calor ni estar atado a un enchufe; de pronto, la gente podía llevar su música y sus noticias en el bolsillo, a baterías, a donde fuera. Apenas un año después, Chrysler presentó la primera radio para automóvil a transistores (adiós a las estáticas radios de tubo en el coche). Y en 1957, la radio portátil Sony TR-63 se convirtió en un éxito masivo vendiendo millones de unidades.

Gracias a estos primeros aparatos, el transistor comenzó a conquistar los oídos y corazones del público: la revolución era portátil y cabía en la mano.

Radio de transistores Sanyo modelo 8S-P3 (1959), uno de los primeros modelos portátiles que llevó la música y la información a todas partes gracias a la tecnología de transistores. Aparatos así inauguraron la era de la electrónica de bolsillo, haciendo realidad lo que antes era imposible con los voluminosos tubos de vacío.

El impacto no se detuvo en la radio. Los televisores, que inicialmente eran muebles enormes, también empezaron a encoger. En 1960 Sony lanzó el primer televisor portátil de transistores, el modelo TV8-301 de 8 pulgadas. Este pequeño televisor blanco y negro contenía 23 transistores en su interior en lugar de decenas de tubos, y aunque pesaba casi 6 kg y no fue un superventas debido a fallas y precio, demostró que era posible miniaturizar la TV.

La introducción de transistores permitió reducir drásticamente el tamaño de los electrónicos, eliminando el componente más voluminoso: los tubos de rayos catódicos y demás válvulas. Poco después, durante los años 60, múltiples compañías experimentaron con televisores portátiles e incluso de “bolsillo”, presagiando la era de pantallas personales que hoy damos por sentada.

La “revolución silenciosa” continuó en los años 70 con la llegada de los relojes digitales y las calculadoras de bolsillo. Empresas como Casio y Sharp libraron la llamada “gran guerra de las calculadoras” para hacerlas cada vez más baratas y comunes. De pronto, cálculos que requerían una regla de cálculo o lápiz y papel se podían hacer apretando botones en un aparatito portátil. ¿El secreto detrás de estas calculadoras electrónicas? Los circuitos integrados repletos de transistores diminutos. Por ejemplo, la popular Casio Mini de 1972 logró acercar las calculadoras al público gracias a chips con decenas de miles de transistores, algo impensable una década atrás. De igual modo, los primeros relojes digitales LED y LCD contaban con microchips internos hechos de transistores en masa, permitiendo llevar la hora (y más tarde hasta alarmas, cronómetros ¡y calculadoras!) en la muñeca. En cada uno de estos avances cotidianos, el transistor era el protagonista en las sombras: un pequeño interruptor repetido miles de veces dentro de chips que hacían funcionar la magia.

Vale la pena recalcar lo irónico de esta revolución: nadie veía los transistores, no había un cambio estético dramático en los aparatos más que su reducción de tamaño, pero internamente todo había cambiado. Un radio de bulbos de 1945 medía quizá medio metro de ancho; un radio transistor de 1965 cabía en el bolsillo de la camisa. La música se volvió portátil, las computadoras dejaron de ser cuartos llenos de maquinaria para convertirse en algo que eventualmente tendríamos en el escritorio, y los relojes no solo daban la hora, ¡también tenían circuitos lógicos dentro! Todo gracias a ese invento invisible trabajando detrás del telón.

El presente: la era digital gracias al transistor

La explosión del transistor nos llevó directos a la era digital. En 1965, Gordon Moore –cofundador de Intel– observó que el número de transistores que se podía integrar en un circuito se duplicaba aproximadamente cada dos años. Esta predicción, conocida como la Ley de Moore, se cumplió década tras década, provocando un crecimiento exponencial en la potencia de cálculo de las computadoras. Para darnos una idea: los primeros circuitos integrados a finales de los 60 tenían apenas unos cuantos miles de transistores; en 1970 un chip típico incluía ~2.000 transistores. Hoy, los chips más avanzados albergan decenas (o cientos) de miles de millones de transistores en un trozo de silicio del tamaño de una uña. Sí, "miles de millones". Es como si pudiéramos meter toda una ciudad dentro de una moneda: una hazaña de miniaturización y escalado que define la era moderna.

Vista microscópica de un circuito integrado. Los patrones geométricos en la imagen corresponden a las diminutas estructuras donde residen los transistores interconectados. Un solo chip actual puede contener hasta cientos de miles de millones de estos transistores invisibles a simple vista, responsables de procesar la información en nuestros dispositivos. Foto NVIDIA B100 (arquitectura Blackwell), tiene 208 mil millones de transistores.

Piensa en tu smartphone: es millones de veces más poderoso que las computadoras que llevaron al hombre a la Luna, y eso se debe a que dentro de su procesador hay miles de millones de transistores trabajando al unísono. Por ejemplo, el chip Apple M1 Max utilizado en laptops recientes contiene 57.000 millones de transistores en su interior. Cada transistor es como un diminuto interruptor encendido/apagado, pero coordinados logran realizar cálculos inimaginables en milisegundos. Una computadora portátil típic de hoy combina CPU y GPU con un total que puede superar cientos de miles de millones de transistores funcionando juntos. Y las cifras siguen subiendo año a año. Los chips de última generación de compañías como Nvidia ya superan los 200.000 millones de transistores en sus procesadores para inteligencia artificial. Es difícil visualizar un número así, pero podemos intentar una analogía: si cada transistor fuese un grano de arena, los chips modernos serían playas enteras compactadas en milímetros cuadrados.

En términos de impacto en nuestra vida, los transistores lo han hecho todo posible. Cada vez que envías un mensaje, haces una compra en línea o reproduces un video, hay ejércitos de transistores abriendo y cerrando circuitos para enviar y recibir datos alrededor del planeta. Las computadoras personales que usamos para trabajar o estudiar no existirían en su forma actual sin ellos, ni tampoco Internet, que es esencialmente una red de máquinas llenas de microchips comunicándose entre sí. La cantidad total de transistores fabricados en la historia humana se estima en números astronómicos (se calcula que hacia 2018 ya se habían producido alrededor de 10^22 transistores acumulados, una cifra tan grande que supera el número de estrellas en el universo observable). Es como si la humanidad hubiera creado un cosmos paralelo de pequeños interruptores. Y cada nuevo avance –telecomunicaciones 5G, gráficos 3D en videojuegos, almacenamiento masivo en la nube– ha sido posible porque hemos aprendido a empaquetar más transistores en menos espacio y a manejarlos eficientemente.

Si cortaras un microprocesador y lo miraras al microscopio, verías un intrincado circuito como una ciudad futurista en miniatura, con “calles” de interconexiones y “edificios” que son en realidad paquetes de transistores

Lo más curioso es que el transistor en sí no ha cambiado en su esencia funcional desde 1947: sigue siendo un interruptor que controla corriente. Pero la clave ha estado en la miniaturización y la fabricación en masa. Los transistores actuales miden del orden de unos nanómetros –más pequeños que un virus– y se fabrican por millones sobre una oblea de silicio mediante procesos de fotolitografía ultravioleta extrema. Si cortaras un microprocesador y lo miraras al microscopio, verías un intrincado circuito como una ciudad futurista en miniatura, con “calles” de interconexiones y “edificios” que son en realidad paquetes de transistores. Esa es la ciudad que habitan los electrones y por la que corre la información digital. En resumen: el mundo digital está construido literalmente transistor a transistor.

El futuro: del transistor a la inteligencia artificial y la computación cuántica

Mirando hacia el futuro, el transistor sigue siendo protagonista, aunque enfrentando nuevos desafíos y coexistiendo con tecnologías emergentes. Por un lado, la Inteligencia Artificial (IA) de hoy –desde los asistentes de voz hasta avanzados modelos como ChatGPT– es fruto directo de la disponibilidad de billones de transistores para procesar enormes cantidades de datos. Los modelos de lenguaje de última generación como GPT-4 se entrenan utilizando miles de chips trabajando en paralelo; en el caso de GPT-4, OpenAI empleó más de 10.000 GPUs de Nvidia para su entrenamiento. Cada una de esas unidades de procesamiento gráfico contiene decenas de miles de millones de transistores, lo que significa que, colectivamente, trillones de transistores estuvieron coordinados para enseñar al modelo a “pensar” (o al menos a imitar el lenguaje humano). Sin esa gigantesca red de minúsculos interruptores electrónicos abriéndose y cerrándose a la velocidad de la luz, la inteligencia artificial moderna simplemente no sería posible. Así que cuando conversamos con ChatGPT, en el fondo le estamos haciendo preguntas a un ejército incalculable de transistores dispersos en servidores por todo el mundo, que procesan cada palabra y cálculo para generar una respuesta coherente.

La computación cuántica, por otro lado, promete una nueva revolución diferente a la de los transistores. En vez de bits tradicionales (basados en transistores que están encendidos o apagados, 1 o 0), utiliza qubits que pueden estar en múltiples estados a la vez, aprovechando fenómenos cuánticos. Algunos podrían pensar que esto hará obsoleto al transistor, pero la realidad es más compleja. Los computadores cuánticos actuales son experimentales y requieren entornos muy controlados; además, necesitan de computadores clásicos (llenos de transistores) para gestionar ciertas tareas, corregir errores y comunicarse. Podría decirse que lo cuántico y lo clásico cooperarán: los transistores seguirán siendo esenciales como interfaz y apoyo para los sistemas cuánticos durante mucho tiempo. Es más, las fábricas que construyen qubits y los sistemas de control que operan un ordenador cuántico están, ellos mismos, hechos de chips de transistores avanzados. Así que incluso en la era cuántica, el legado del transistor persiste.

Mientras tanto, la industria de semiconductores explora nuevos caminos para prolongar la ley de Moore cuando la miniaturización se acerca a límites físicos. Se investiga en materiales novedosos (como el grafeno o los nanotubos de carbono) para crear transistores aún más pequeños y rápidos; se implementan diseños tridimensionales apilando transistores unos sobre otros; y se desarrollan arquitecturas especializadas como los circuitos neuromórficos, que intentan imitar las redes neuronales del cerebro usando dispositivos electrónicos (a veces, transistores modificados que funcionan como sinapsis). Incluso se han creado transistores experimentales con materiales orgánicos, líquidos iónicos e ideas exóticas, todos inspirados por la necesidad de seguir avanzando la potencia de cálculo. La inteligencia artificial misma está ayudando a diseñar la próxima generación de chips, optimizando cómo se colocan miles de millones de transistores en un dado de silicio.

En resumen, el transistor –este interruptor diminuto inventado hace más de 75 años– no solo cambió el mundo: sigue impulsándolo hacia adelante. Cada nueva frontera tecnológica que asomamos, desde vehículos autónomos hasta implantables médicos inteligentes, depende de la continua evolución de aquellos minúsculos conmutadores electrónicos. Puede que en el futuro veamos paradigmas adicionales (como la cuántica) complementando a los transistores, pero difícilmente veremos desaparecer al transistor del panorama. Después de todo, es un invento demasiado perfecto en su simplicidad: versátil, rápido, barato y escalable. Ha demostrado ser uno de esos fundamentos sobre los que podemos seguir construyendo.

Conclusión: el héroe invisible de la vida moderna

1947 — 23 de diciembre

El nacimiento. En Bell Labs (Nueva Jersey), John Bardeen y Walter Brattain, bajo William Shockley, demuestran el primer transistor de contacto puntual. Empieza la era de la electrónica de estado sólido.

1948 — 30 de junio

Presentación pública. Bell Labs anuncia oficialmente el transistor. Se inicia la transición de los bulbos a los semiconductores.

1954

La revolución portátil. Sale la Regency TR-1, primera radio comercial a transistores: música y noticias en el bolsillo, a baterías.

1955

Car audio “all-transistor”. Chrysler/Philco lanza una de las primeras radios de automóvil totalmente a transistores: menos calor y mayor confiabilidad en ruta.

1957

Éxito masivo. El Sony TR-63 populariza la radio de bolsillo a escala global y consolida la electrónica personal.

1958

La integración. Jack Kilby (TI) crea el primer circuito integrado; múltiples transistores y componentes en un mismo chip. Es el precursor del microchip moderno.

1959

Planar y fotolitografía. Robert Noyce (Fairchild) introduce el proceso planar y el CI de silicio, clave para la fabricación en masa y la miniaturización sostenida.

1960

Televisión portátil. Sony TV8-301, primer televisor “todo transistores”. Muestra que la miniaturización también llega a la TV.

1965

Ley de Moore. Gordon Moore predice que los transistores por chip se duplicarán cada ~2 años, impulsando la era digital durante décadas.

1971

El cerebro en un chip. Intel 4004, primer microprocesador comercial (~2,300 transistores). Abre la puerta a la computación personal.

1972

Cálculo para todos. Casio Mini populariza la calculadora de bolsillo de bajo costo; los CIs entran a la vida diaria.

2011

Transistor 3D. Intel introduce Tri-Gate / FinFET a 22 nm: mejor rendimiento y eficiencia, y continuidad del escalado.

2014

Neuromórfico. IBM TrueNorth (≈5.4 mil millones de transistores) integra 1 millón de “neuronas” programables para nuevas arquitecturas inspiradas en el cerebro.

2018

Escala histórica. Estimado acumulado de transistores fabricados en la historia: ≈1.3×10²². El transistor es el artefacto más producido de la humanidad.

2021

Apple M1 Max integra ~57 mil millones de transistores en un solo chip para portátiles de alto desempeño.

2023–2025

IA a escala. Modelos como GPT-4 se entrenan en miles de GPUs; sin billones de transistores operando en paralelo, la IA moderna no sería posible.

2024–2025

Nuevo techo en conteo. La arquitectura NVIDIA Blackwell B200 ronda los ~208 mil millones de transistores por chip para cargas de IA de próxima generación.

Es asombroso detenerse un momento a pensar en todo lo que el transistor ha hecho posible. En menos de un siglo, esta pequeña pieza pasó de un laboratorio a estar presente en prácticamente cada objeto electrónico que toca nuestras vidas. Y aun así, la mayoría de la gente nunca lo verá directamente ni quizás sepa cómo funciona – de allí que lo llamemos el invento invisible. Pero invisible no significa insignificante; al contrario, su impacto es difícil de exagerar. La invención del transistor es considerada por muchos la más importante del siglo XX, por encima incluso de la energía nuclear o el viaje espacial, ya que sin transistores no tendríamos computadoras personales, ni Internet, ni teléfonos inteligentes, ni satélites, ni la moderna medicina electrónica que salva vidas. En palabras sencillas: sin el transistor, el mundo tal como lo conocemos no existiría.

Hagamos un ejercicio de imaginación: cada transistor es como un humilde hormiguita electrónica. Una sola hormiga no hace mucho, pero millones de ellas juntas pueden levantar un imperio. Así, un único transistor es casi insignificante, pero miles de millones orquestados son capaces de ejecutar las complejas sinfonías de cálculos que requieren nuestras aplicaciones, comunicaciones y sistemas críticos a diario. Desde mantener una videollamada con alguien al otro lado del mundo, hasta controlar el sistema de frenos ABS de tu coche en una situación de emergencia, los transistores están allí trabajando incansablemente. Son los obreros microscópicos construyendo y sosteniendo la era digital.

La próxima vez que mires la pantalla de tu teléfono, pienses en cómo llega el streaming de tu serie favorita o te maravilles con una predicción meteorológica por satélite, recuerda que detrás de esa maravilla hay incontables transistores haciendo su trabajo en silencio. Son héroes anónimos: no los vemos, no nos acordamos de ellos, pero nos permiten prácticamente todo. Aquel invento de 1947, nacido de la curiosidad científica y la inventiva humana, resultó ser la semilla de una revolución tecnológica imparable. El transistor, diminuto e invisible, encendió la era digital y cambió para siempre la manera en que vivimos, nos comunicamos y entendemos el mundo. Y aunque vengan nuevas tecnologías, su huella seguirá presente, recordándonos que a veces las cosas más pequeñas son las que tienen el mayor impacto.

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