La increíble odisea de LEGO: el juego, la pasión y la reinvención que conquistaron al mundo
Imagina la escena: una mañana de invierno en 1932, con el cielo encapotado y el aliento condensándose en el aire frío de Billund, un pequeño pueblo danés. Dentro de un taller impregnado de olor a pino y barniz, un hombre viudo de manos curtidas levanta la persiana y enciende la lámpara. Se llama Ole Kirk Kristiansen. Las heridas de la Gran Depresión lo dejaron sin trabajo y con cuatro hijos pequeños, pero su mirada todavía destella una chispa de esperanza. Aquella chispa no es otra cosa que la creencia de que, a través del juego, sus hijos podrían olvidar el hambre y los días grises.
Ole trabaja con una mezcla de fuerza y ternura, como quien acaricia la madera al transformarla. Sus primeros juguetes —un pato que abre y cierra el pico cuando lo arrastras, un camión con ruedas que parecen gigantescas para un niño, un yoyo que baila en el aire— son pequeños actos de amor. Cada pieza que talla no solo es madera; es un pedazo de su corazón convertido en objeto. Encima del banco, clava una frase en una placa: "Det beste er ikke for godt", “Solo lo mejor es suficientemente bueno”. Cada vez que sus manos duelen, la mira y recuerda por qué sigue: no busca riqueza, quiere regalar sonrisas.
Sin embargo, la vida parecía empeñada en quebrar sus sueños. Durante la guerra, la madera escaseaba y cualquier error podía costarle la comida del día. Una noche de 1942, un incendio descontrolado devoró su fábrica. Ole vio cómo sus patos, camiones y moldes ardían, escuchó el crujido de la madera quemándose y el llanto desesperado de sus hijos. A la mañana siguiente, entre cenizas y escombros, sus dedos acariciaban el suelo ennegrecido, preguntándose si valía la pena empezar de nuevo. La comunidad, sus hijos y su propia fe lo empujaron a levantarse. En medio de aquel silencio desolador, pronunció una frase que quedó en la memoria familiar: “La vida es un regalo, pero más que eso, es un desafío”. Y así, entre vecinos que le ayudaron a levantar paredes y sus hijos que jugaron con los clavos, la fábrica renació.
Nace LEGO: la promesa de jugar bien
Mientras la madera recuperaba su brillo en las manos de Ole, él soñaba con algo que trascendiera sus juguetes. Quería una palabra que condensara su filosofía de trabajo y de vida: que jugar es importante y que hacerlo bien implica esfuerzo y belleza. En 1934, organizó un concurso familiar. Entre risas y discusiones en la mesa de la cocina, surgió la palabra “LEGO”, uniendo leg y godt, “jugar bien”. Nadie se dio cuenta entonces de la coincidencia con el latín lego, “yo construyo”, pero aquella palabra resonó como un presagio.
Con su nuevo nombre, la empresa se convirtió en un laboratorio de sueños en madera. Las risas de sus hijos, que probaban los prototipos, eran la banda sonora del taller. Ole era un padre exigente; cuando Godtfred, su hijo mayor, intentó ahorrarse una capa de barniz en una serie de patos, él lo obligó a deshacer todo el trabajo y volver a empezar. No era un castigo, era una lección de humildad y responsabilidad: cuando entregas algo al mundo, debe ser lo mejor que puedes dar.
Durante los años 30 y 40, LEGO producía juguetes que parecían sencillos pero tenían alma. Eran tiempos oscuros de guerra y ocupación, pero en aquella pequeña fábrica se mantenía viva una chispa de creatividad. Cada camión de madera que salía de Billund llevaba la esperanza de que un niño, quizá en otra ciudad, imaginaría aventuras en la carretera. Cada tren era una invitación a soñar con viajes imposibles. La imaginación de Ole se convertía en un refugio contra la realidad.
El salto al plástico y la promesa del clic perfecto
Después de la guerra, el mundo se abrió a nuevos materiales y tecnologías. Un día, Ole viajó a Copenhague y contempló, fascinado, cómo una máquina podía moldear plástico caliente en formas perfectas. Sus ojos brillaron con la idea de un material que permitiera crear piezas uniformes, fuertes y coloridas. Compró la primera máquina de inyección de plástico de Dinamarca, enfrentándose a las burlas de muchos que pensaban que nadie querría juguetes “de plástico”. Incluso sus propios hijos dudaron. Pero Ole veía en aquel material un futuro flexible, duradero y brillante.
En 1949, un pequeño milagro vio la luz: nacieron los “Automatic Binding Bricks”. No eran más que rectángulos de colores con huecos, pero encerraban la semilla de un universo. Nadie sabía exactamente qué hacer con ellos al principio. Los padres los miraban desconcertados y los niños los apilaban sin mucho entusiasmo. Pero Godtfred (hijo de Ole), inquieto y observador, no se resignó. Sintió que aquellos bloques debían encajar de manera más firme, no solo apilarse. Pasó noches enteras experimentando, probando ideas, hasta que, en 1958, dio con la fórmula mágica: el sistema de tubos y espigas. Cuando ensambló dos bloques y escuchó el clic perfecto, su corazón dio un salto. Ese sonido, apenas audible, era la promesa de infinitos mundos posibles. Así nació el ladrillo LEGO tal como lo conocemos, un sencillo bloque de plástico con la promesa de infinitas posibilidades.
A partir de ese momento, los ladrillos dejaron de ser juguetes para convertirse en un lenguaje de construcción. La sencillez de sus formas escondía una genialidad absoluta: podían combinarse entre sí sin importar la época ni el set al que pertenecieran. Un ladrillo hecho en 1960 encaja a la perfección con otro fabricado hoy. Esta continuidad convirtió a LEGO en un compañero de vida; te acompaña de niño, te espera en una caja durante años y, cuando tienes hijos, vuelve a cobrar vida en nuevas manos.
Crece el universo LEGO: minifiguras, ciudades y viajes espaciales
La década de 1960 fue una explosión de creatividad. Godtfred tomó la batuta de la empresa y empezó a imaginar no solo juguetes, sino mundos completos. Nació la gama “Town Plan”, con calles, casas, gasolineras y una sensación de ciudad en miniatura donde cada ladrillo encontraba su lugar. Le siguieron los trenes eléctricos, con vagones que silbaban sobre rieles de plástico, y las fortalezas medievales con caballeros que defendían sus murallas.
En 1968 se abrió el primer parque LEGOLAND, un lugar donde adultos y niños podían pasear por paisajes enteros construidos con millones de ladrillos. Caminar por ese parque era como adentrarse en un sueño: edificios, animales y hasta montañas hechas de plástico colorido. Muchos niños que visitaron Billund por primera vez se fueron con lágrimas en los ojos, no por tristeza, sino por la emoción de haber vivido dentro de un juguete.
Entonces, en 1978, algo diminuto cambió el juego para siempre: aparecieron las minifiguras. Esas pequeñas personitas con manos en forma de C y sonrisas sencillas dotaron de alma los mundos de LEGO. De repente, las historias podían tener protagonistas claros. Un piloto surcaba un cielo imaginario en su avión de bloques; un astronauta caminaba por un cráter lunar creado en la alfombra de la sala; un médico atendía a un paciente en un hospital de plástico. Las minifiguras abrían infinitas posibilidades de juego narrativo y creaban un vínculo emocional con quienes jugaban. Muchos las guardaron como tesoros y, décadas después, al verlas, recuerdan el olor de su casa de la infancia o la voz de su madre llamándolos a cenar.
La era de la innovación continuó en los 80 y los 90. Aparecieron los sets Technic, con ejes, engranajes y motores que hacían vibrar a los adolescentes curiosos por la ingeniería. Más tarde, Mindstorms trajo sensores y programación al juego, convirtiendo a los niños en pequeños ingenieros robóticos. LEGO demostraba que la diversión y el aprendizaje podían caminar de la mano, que construir un brazo robótico no solo era un juego, sino una forma de entender el mundo.
Diversificación y riesgo: soñar más allá del ladrillo
Con el tiempo, el éxito llevó a LEGO a buscar nuevos horizontes. Se aventuró en parques temáticos fuera de Dinamarca, abrió tiendas con experiencias inmersivas, lanzó líneas de ropa y hasta se atrevió con películas. Licenció personajes famosos como los de Star Wars, permitiendo que Darth Vader y Luke Skywalker vivieran aventuras en forma de ladrillos. Los niños de todo el mundo pudieron recrear batallas espaciales en la alfombra de su cuarto.
Sin embargo, esta fiebre creativa también tuvo su lado oscuro. A finales de los 90, LEGO se encontró con cientos de líneas de productos desconectadas entre sí. Los diseñadores, en su afán por innovar, crearon piezas únicas para un solo set. Los almacenes rebosaban de inventarios que nadie compraba. Las finanzas empezaron a resentirse; la magia se estaba ahogando entre tantos colores y formas sin historia. Además, el mundo cambiaba rápidamente: los videojuegos, internet y los teléfonos móviles ofrecían diversión inmediata que muchas veces alejaba a los niños de los juguetes físicos.
La tormenta perfecta y el abismo
En 2003 y 2004, la situación llegó a un punto crítico. LEGO sufría pérdidas millonarias; sus parques no generaban suficientes ganancias y muchas tiendas devolvían sets que se quedaban en las estanterías. En las oficinas de Billund se respiraba un aire de angustia. ¿Cómo podía ser que el juego más amado del siglo XX estuviera en peligro de desaparecer? Algunos ejecutivos propusieron vender la compañía o buscar inversores que pudieran salvarla. Para muchos, era inconcebible imaginar un mundo sin los ladrillos coloridos. Los ojos de los empleados se llenaban de lágrimas al pensar en el legado de Ole desmoronándose.
Los diseñadores, antes llenos de pasión, se habían convertido en burócratas. Las decisiones se tomaban en oficinas alejadas del juego real. Se contrataba a celebridades para diseñar sets sin entender qué enamoraba a un niño de un ladrillo. Las cajas acumulaban polvo en bodegas mientras los niños se refugiaban en consolas de videojuegos. Era una tormenta perfecta que amenazaba con apagar la chispa que Ole encendió en 1932.
Volver a la esencia
Cuando todo parecía perdido, la familia tomó una decisión valiente: puso al mando a Jørgen Vig Knudstorp, un joven economista con mente fría pero corazón de niño. Su tarea no era sencilla. Tenía que rescatar a LEGO sin traicionar su espíritu. Lo primero que hizo fue escuchar, algo que parecía evidente pero que se había olvidado. Escuchó a los niños, a los padres, a los empleados que llevaban décadas en la fábrica y a los fanáticos que construían obras maestras en sus salones.
Knudstorp vendió activos que no reflejaban la esencia de LEGO, como parques temáticos que no estaban dando frutos, y cerró fábricas ineficientes. Consolidó la producción en unos pocos lugares, incluyendo la planta de Monterrey en México, donde cada día miles de manos moldean ladrillos con precisión milimétrica. Redujo radicalmente el número de piezas únicas; cada nuevo elemento debía tener un propósito y ser compatible con los sets existentes. Descartó la idea de “pensar fuera de la caja” y repitió con orgullo que lo importante era “pensar dentro del ladrillo”.
Una de sus decisiones más hermosas fue abrir la puerta a la comunidad. Creó un laboratorio dedicado a estudiar cómo jugaban los niños realmente. Observó que a menudo ignoraban las instrucciones y mezclaban sets, combinaban castillos con naves espaciales y creaban sus propias historias. A partir de esas observaciones nacieron líneas como LEGO Friends, que respondía al deseo de muchas niñas de ver personajes y escenarios que reflejaran su mundo, y LEGO Architecture, que permitía a los adultos construir miniaturas de edificios famosos con un nivel de detalle impresionante.
LEGO también abrazó lo digital de una forma respetuosa. En lugar de intentar reemplazar el juego físico, complementó la experiencia. Los videojuegos de LEGO ofrecían humor y creatividad, y permitían que los niños exploraran mundos construidos con bloques digitales. La película The LEGO Movie sorprendió al mundo por su ingenio y corazón. La escena en la que Batman conduce el Halcón Milenario junto a personajes de distintos universos dejó claro que, en el mundo de LEGO, la imaginación no tiene fronteras.
LEGO en México: recuerdos y orgullo compartido
Para muchos mexicanos, LEGO es un puente a la infancia. Las historias de hermanos peleando por la última pieza roja o de primos construyendo una ciudad debajo de la mesa del comedor son universales. Pero la conexión con México va más allá del juego. Desde Monterrey, la empresa produce millones de ladrillos que se distribuyen por todo el continente. Saber que esos bloques que hacen sonreír a niños en Canadá, Brasil o Chile nacen en tierra mexicana llena de orgullo a quienes trabajan allí. Cada clic que suena en un set de LEGO alrededor del mundo lleva una pizca de esfuerzo regiomontano.
Además, las tiendas LEGO en México se han convertido en templos de la creatividad. Entrar en una de ellas es volver a ser niño: hay mesas repletas de piezas para experimentar, vitrinas con construcciones impresionantes y sets exclusivos que hacen brillar los ojos. Las exposiciones y convenciones de fans reúnen a cientos de personas que se conectan a través de su pasión compartida. Entre ellos, hay ingenieros que diseñan ciudades, artistas que recrean escenas históricas mexicanas con ladrillos y niños que ven en esas creaciones el reflejo de lo que ellos mismos podrían hacer.
Un futuro sostenible y la nostalgia del juego
A pesar de haber renacido, LEGO no deja de mirar al futuro. Su compromiso con la sostenibilidad es una promesa a las nuevas generaciones. La empresa trabaja en plásticos provenientes de fuentes vegetales y reduce su huella de carbono en cada fábrica. La precisión de sus ladrillos es legendaria: cada pieza se mide con una tolerancia de centésimas de milímetro para garantizar ese clic perfecto que suena igual hoy que hace 40 años. Esta obsesión por la calidad no es vanidad; es un homenaje a Ole y a todos los niños que esperan que cada pieza encaje como un abrazo.
Y, sin embargo, nada de esto sería relevante si LEGO no siguiera siendo un generador de historias. El ladrillo verde que encontraste entre las almohadas puede convertirse en la torre de un castillo, en un cohete o en el pilar de un puente. Los sets de Mindstorms enseñan a programar robots, pero también a ser paciente y persistente. LEGO Education lleva ladrillos gigantes a las aulas para enseñar matemáticas y ciencia de una forma tangible. La empresa no olvida su misión: inspirar y desarrollar a los constructores del mañana.
El legado que nos une
Volvamos a Billund, a ese taller donde un carpintero se negaba a rendirse. De ahí brota la corriente que llega hasta las manos de un niño en Ensenada que construye un dragón con piezas sueltas o a las de una abuela en Ciudad de México que saca una caja de ladrillos viejos para jugar con su nieto. La historia de LEGO nos recuerda que la creatividad es un acto de rebeldía contra la adversidad, que con perseverancia podemos transformar tragedias en oportunidades y que cada pequeño gesto de calidad y amor puede marcar una diferencia en la vida de alguien.
LEGO nos une porque apela a algo fundamental: las ganas de construir, de imaginar y de compartir. Cuando escuchas el ruido de las piezas chocando dentro de una caja, sientes una mezcla de nostalgia y emoción; recuerdas tus propias aventuras y anticipas las que vendrán. El eco de los pasos de Ole en su taller resuena en ese sonido, como si te susurrara que ningún sueño es demasiado grande y que, ladrillo a ladrillo, podemos construir cualquier mundo que podamos imaginar.
La historia de LEGO es, en el fondo, la historia de nuestra capacidad de soñar y recomenzar. Comenzó en un taller de madera, casi destruido por la tragedia, y hoy vive dentro de millones de corazones, incluidos miles en México. Nos enseña que incluso de las cenizas puede surgir algo hermoso, que con piezas pequeñas y grandes sueños podemos unir mundos. Cada ladrillo no solo construye castillos de fantasía, sino puentes de emoción entre generaciones. Cuando un niño de hoy levanta una torre de colores, sin saberlo, está recordando a ese carpintero danés y sus valores de calidad, fe y resiliencia. Y nosotros, los adultos, también armamos nuestras propias historias al unir esas piezas: cerramos ciclos, compartimos risas, aprendemos jugando. Así es LEGO: no solo un juguete, sino un recordatorio de que el futuro se construye jugando hoy.